Alex se
despertó con el sol dándole en la cara, hacía un día hermoso. Era un sábado
perfecto.
En vez
de darse una ducha, decidió tomar un baño relajante; sentía que lo necesitaba
tras toda la angustia de la noche anterior.
Preparó todo: agua, jabón, velas y música de Wagner. Se metió en la bañera; el agua estaba bastante caliente y a Alex le gustaba. Cerró los ojos, sonaba “La Valquiria”, los coros eran perfectos. Alex comenzaba a tranquilizarse, se sumergió por completo en la bañera, sentía alivio y paz. Pasados unos minutos, notaba como ya le faltaba el aire, se incorporó de inmediato abriendo los ojos. Era el momento de terminar ese baño.
Llegaba
tarde, pero allí estaba ella. Marfilia como siempre estaba en el balcón.
Alex
subió al piso de la anciana.
-
Llegas tarde, no me gusta esa gente – reclamó la señora desde el
balcón.
-
Lo siento, me entretuve. He traído las pastas ¿quiere que haga un poco
de té?
Marfilia
asintió con la cabeza. Alex fue a la cocina y puso la tetera en el fuego,
mientras observó el piso de la anciana.
Apenas había fotos o cuadros, era todo muy austero. Sin embargo sí que había algo que llamó la atención de Alex, la pared donde estaba el aparador estaba pintada a trazos de los colores blanco, rojo, rosa y amarillo sobre la pared verde. Sólo esos colores, como si el muro se tratase de un lienzo.
-
¿Te gusta esa pared? – pregunto Marfilia sorprendiendo a Alex.
-
Eh… Sí, me parece curiosa.
-
Pues forma parte de la historia. Trae el té y te la empezaré a contar
– Alex llevó el té y las pastas al balcón – Te digo desde ahora que es bastante
larga, ¿seguro que quieres saberla?
-
Por supuesto, nada me agradaría más que escuchar una buena historia.
-
Está bien, jamás se la he contado a alguien, eres una privilegiada –
empezó a reírse – Bueno, pues empezaré por el principio.
>> Como notarás por mi acento, yo no soy de aquí. Yo provengo de un pequeño pueblo de Portugal. Mi familia era muy pobre y mi padre un buen día decidió trasladarse a esta ciudad para comenzar una nueva vida, pues creía que nos iría mejor. Llegué aquí con la edad de 14 años, y como necesitábamos el dinero me puse a vender flores por estas calles. Mi lugar preferido era esa fuente, ya que me gustaba admirar los edificios y la catedral. Aun ahora me gusta hacerlo, es hermosa, ¿no crees? – Alex asintió, ella también lo pensaba – Además, también me gustaba ponerme los domingos ahí porque la gente rica salía de misa y siempre estaban dispuestos a pagar una buena cantidad de dinero por rosas recién cortadas.
Un buen día, una niña se acercó a mí. Me compró una rosa blanca, se la di con buen gusto. Se quedó mirándome y dijo: “Es para usted, bella dama. Un caballero me envía para dársela”. Me quedé perpleja, nunca antes un hombre me había regalado una flor. Claro está que era bastante joven, pero me gustó ese detalle. La niña no quiso decirme quien era el hombre, pues decía que era un admirador secreto. No le di mucha importancia, ya que seguro que para la próxima vez ya no volvería a pasar, pero estaba equivocada – la anciana dio un largo suspiro – Querida Alejandra, se está haciendo tarde, es mejor seguir otro día ¿no te parece?
>> Como notarás por mi acento, yo no soy de aquí. Yo provengo de un pequeño pueblo de Portugal. Mi familia era muy pobre y mi padre un buen día decidió trasladarse a esta ciudad para comenzar una nueva vida, pues creía que nos iría mejor. Llegué aquí con la edad de 14 años, y como necesitábamos el dinero me puse a vender flores por estas calles. Mi lugar preferido era esa fuente, ya que me gustaba admirar los edificios y la catedral. Aun ahora me gusta hacerlo, es hermosa, ¿no crees? – Alex asintió, ella también lo pensaba – Además, también me gustaba ponerme los domingos ahí porque la gente rica salía de misa y siempre estaban dispuestos a pagar una buena cantidad de dinero por rosas recién cortadas.
Un buen día, una niña se acercó a mí. Me compró una rosa blanca, se la di con buen gusto. Se quedó mirándome y dijo: “Es para usted, bella dama. Un caballero me envía para dársela”. Me quedé perpleja, nunca antes un hombre me había regalado una flor. Claro está que era bastante joven, pero me gustó ese detalle. La niña no quiso decirme quien era el hombre, pues decía que era un admirador secreto. No le di mucha importancia, ya que seguro que para la próxima vez ya no volvería a pasar, pero estaba equivocada – la anciana dio un largo suspiro – Querida Alejandra, se está haciendo tarde, es mejor seguir otro día ¿no te parece?
-
Como usted quiera, para mi será todo un placer volver mañana a
escucharla.
-
No vuelvas a tratarme de usted,
ya te lo dije antes. Aun soy joven – una carcajada profunda salió de su garganta.
-
Está bien, pues mañana vendré a verte.
Ambas
se despidieron.
Alex
emprendió rumbo a su casa, pero era una noche preciosa. Así que decidió caminar
entre las viejas callejuelas.
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