sábado, 15 de febrero de 2014

Aprendiendo a amar - Capitulo 12: Desahogo

Alex subió las escaleras para llegar a su piso, al llegar a la puerta se encontró con un ramo de flores y una tarjeta:
 “Gracias por lo de anoche, eres la mejor. Te quiero. S”

Ese detalle la hizo sonreír, olió las flores; eran flores de cerezo, sus favoritas.  Las puso en un jarrón enfrente de la ventana del salón. 

Se dejó caer en el sofá, abrió el ordenador portátil y se puso a escribir.

“9 de Enero:
Este fin de semana ha sido el más completo de todos.

He vuelto a ver a mi amigo Salva, hacía cinco años que no le veía y ayer a la noche se desató la tensión que había entre ambos. No sé si le volveré a ver, pero espero que sí, porque me hizo sentir única.

Bueno, caso aparte, Marfilia me ha empezado a contar su historia, y por lo que lleva es una historia de amor seguro… Odio las historias de amor, porque siempre son más bonitas que las mías. Y claro, vio las cicatrices de mis muñecas y me preguntó a que se debían. Sí, le conté que intenté quitarme la vida. Fue duro contarlo, porque me han vuelto los recuerdos y esa sensación.

Ahora mismo no tengo motivos en mi vida para seguir viviendo.

-Killer Queen”

Publicó la entrada a modo de desahogo, pero las lágrimas volvieron a sus ojos. Se miró las muñecas, pasó el pulgar por una de las cicatrices. Volvió a ella aquella sensación que sintió cuando la sangre recorría sus manos.


Cerró los ojos, volvió a recordar. Se levantó hacia la cocina, cogió un cuchillo. 

Se fue al baño, abrió el grifo de la bañera hasta llenarla. Se metió completamente vestida, el agua estaba helada, volvió a sumergirse bajo ella; minutos así hasta que casi pierde el conocimiento. Emergió, cogió el cuchillo y…

Aprendiendo a amar - Capitulo 11: Recuerdos

Alex se despertó con una sonrisa en la cara. Salva ya no estaba, pero a ella le daba igual, o eso pensaba.

Al estar contenta, decidió salir a pasear por la orilla del río y así también podría fotografiar el paisaje. El camino era bastante largo, pero no le importaba, ya que la atmosfera era increíble. 

La niebla cubría el sendero y apenas había gente, tal y como le gustaba a Alex. Paseaba perdiendo la noción del tiempo. Miró el reloj, iba a llegar tarde y a Marfilia no  le gustaba.

Llegó a la plazoleta y la anciana no estaba en el balcón, Alex se preocupó. Subió hasta llegar a la puerta del piso, timbró y pasaban los minutos.
Finalmente, Marfilia abrió la puerta.

-          Hoy llegas un poco más puntual – le sonrió.
-          La próxima vez llegaré antes, ya verá. Por cierto, hoy no estaba en el balcón, pensaba que le había ocurrido algo.
-          Hoy hace bastante frío, la verdad. Y mi edad ya no me permite pasar por eso. Alejandra, haz el té mientras voy a encender la estufa.
-          Está bien, ¿el té como ayer? – preguntó Alex sin recibir respuesta.

Alex hizo el té mientras la anciana se sentaba en un viejo sillón.

-          ¿Por dónde habíamos quedado ayer? – dijo Marfilia cogiendo una galleta.
-          En la niña que le había entregado la rosa blanca de parte de un admirador.
-          Veo que estás atenta – empezó a reírse – Sé bien por dónde íbamos, te lo preguntaba para saber si lo recordabas tú. Bueno, pues seguiré con la historia.

>> Al siguiente día de recibir la rosa blanca, la niña volvió, pero esta vez para comprarme una rosa amarilla. Y siempre me decía que era de un admirador secreto. Todos los días durante semanas siempre me compraba una rosa, ya podría ser rosa, roja, blanca… Empezaba a sentir curiosidad sobre quien era ese hombre. Así que un día seguí a la niña para saber con quién hablaba.

Alex se quitó la chaqueta, empezaba a tener calor. Se quedó en camiseta corta, y algo llamó la atención de la anciana.

-          ¿Qué son esas marcas que tienes en las muñecas, Alejandra?
-          No son nada, tranquila. Siga con el relato – dijo Alex intranquila.
-          No, eso de que no son nada no es cierto. Ahora mismo me lo dices – exigió.
-          Es algo de mi pasado, es una historia un tanto triste.
-          Todas las historias tienen algo de triste, me gustaría saber esa historia ahora.

Alex dudó en contársela. Pero al fin y al cabo, Marfilia le estaba contando su historia, así que ella empezó a hablar.
-          Está bien – Alex dio un largo suspiro – En el instituto sufrí lo que llaman acoso escolar, recuerdo como me insultaban o como me escupían, hasta un día me tiraron por las escaleras y casi me queman la cara. Cada día estaba peor, yo me culpaba de todo. Y cada día estaba más deprimida.
Todos los días era la misma rutina, así que un 9 de Febrero, recuerdo bien la fecha, llegué a casa, cogí un cúter y me hice lo que ves en las muñecas. Casi muero, pero mi padre llegó a tiempo y me llevo al hospital. Salí de eso, pero aun hoy en día cada vez que veo estas marcas recuerdo esos momentos. Por eso intento ocultarlas.
-          ¡Dios mío! No sabía que hubieses sufrido eso todo – dijo la anciana con una expresión de lamento en la cara.
-          Ya… Marfilia, siento decirle que se me hace tarde, ¿podríamos dejarlo para otro día?
-          Por supuesto, mañana seguiré contándote mi historia – sonrió amablemente.


Alex según salió por la puerta, se sentó en las escaleras y se echó a llorar. Hacía mucho que esos recuerdos no le venían a la memoria.

Aprendiendo a amar - Capitulo 10: Noche de pasión

Llegaron al piso de Alex, la chimenea seguía encendida tal y como la dejó al irse.

-          Voy a ir por unas copas de vino, ¿tinto o blanco? – le preguntó Alex a Salva mientras se quitaba el abrigo.
-          Siempre tinto, ¿no recuerdas?

Alex cogió una botella de vino tinto y dos copas. Salva estaba delante de la chimenea calentándose las manos. Alex se sentó en el sofá, al verla, Salva se sentó a su lado.

-          ¿Tienes frío?
-          Para no tenerlo, esta ciudad en el mes de Enero es un congelador. He metido un par de leños más al fuego.
-          Mejor, siempre me gusta tenerla encendida – respondió Alex mientras  llenaba las copas.
-          Aún recuerdo ese día en el que estábamos aquí y nos mirábamos fijamente, y de repente entró el idiota de Manuel a interrumpirnos.
-          ¿Interrumpir el qué?
ç
Alex sabía bien la respuesta, pero quería que Salva lo dijera. 

Ambos comenzaron a clavarse la mirada, Alex sentía como su corazón empezaba a latir fuertemente. Salva se iba acercando cada vez más, Alex notaba su respiración. Seguían mirándose y acercándose más. Parecía que el corazón se le iba a salir del pecho, Alex no podía más.

Se fundieron sus labios en los de Salva, y él no se resistía. Sus labios estaban húmedos, y ella disfrutaba besándolos. Notó como la mano de él se introducía por debajo de su blusa. Alex se la quitó mostrando sus pechos, él se quitó la camiseta.

Siguieron los besos apasionados y cada vez más fogosos. Salva besaba a Alex por el cuello, algo que la volvía loca.

Él empezó a quitarse los pantalones, estaba bastante excitado, al igual que Alex. Sus respiraciones iban más rápido, y los cuerpos se movían estremeciéndose. Alex se levantó y se quitó lo que le quedaba de ropa; en el sofá, se puso encima de Salva. Y susurrándole al oído le dijo: “Quiero hacerlo ya”.

Salva obedeció, ella se movía lentamente sobre él mientras gemía. Él la besaba por sus pechos al descubierto. El movimiento se hizo más intenso y Alex no paraba de gemir. Ya notaba como se le iba la cabeza, el momento llegaba para ambos. Ella gritó, él suspiró.

Alex puso su cabeza sobre los hombros de Salva, estaba extasiada. Se volvieron a besar, pero esta vez más cariñosamente.


Alex caminó desnuda hacia la ducha, Salva la siguió. Y la noche continuó entre besos y dejándose llevar por la pasión.

sábado, 1 de febrero de 2014

Aprendiendo a amar - Capitulo 9: Por la noche

Al ser un sábado por la noche, el casco histórico de la ciudad se llenaba de gente con la intención de reunirse en los varios bares que había en la zona. Más tarde esas mismas calles se llenarían de jóvenes consumiendo alcohol y divirtiéndose en los pubs aun cerrados.

Alex contempló la vieja catedral. Ella siempre pensó que era siniestra, y de hecho lo es en su interior; pero por la noche era hermosa. Las luces hacían que todos los pequeños detalles surgieran. Alex lamentó no haberse llevado la cámara con ella.

Siguió caminando entre el gentío. De repente notó que alguien la llamaba, pero no hizo caso.

-          ¡Alex! ¡Ey, Alex! ¡Pelirroja! – gritaba  una voz masculina.

Ya no podía hacer como si no hubiese escuchado nada, era la  única pelirroja de por allí.

-          ¿Quién me llama? – miró alrededor.
-          ¿Acaso no reconoces la voz de tu amigo Salva?

Alex se sorprendió y le dio un gran abrazo. Hacía años que no lo veía, por lo menos cinco años sin saber nada de él.

-          ¡Salva, qué cambiado estás!
-          Tú también has cambiado, señorita – Salva mostró su sonrisa, a Alex siempre le gustó esa sonrisa casi picara - ¿Te gustaría tomar algo y así nos ponemos al día?
-          Por supuesto, contigo me iría hasta el fin del mundo; ¿recuerdas?

Ambos recorrieron un par de calles hasta entrar en un local. Se sentaron en una mesa apartada ya que no querían que alguien les molestase.

-          Bueno, ¿y que te cuentas? – preguntó Alex interesada.
-          Pues, como sabes estuve en Londres estos años, he terminado la carrera y he conocido a una chica estupenda, aunque a veces dudo un poco; ¿pero quién no tiene dudas en esta vida?

Alex se desilusionó rápido, pues desde siempre se había sentido atraída por Salva y ella notaba como él también lo hacía, pero el tiempo hizo su trabajo.

-          ¿Y qué me cuentas de ti, Alex?
-          Pues aún sigo con mi pasión de la fotografía, y en terrenos amorosos pues digamos que estoy soltera. No soy muy buena en esos temas – se rio para disimular su tristeza.
-          Pues no sé por qué no eres buena, eres una persona cariñosa y espectacular.
-          Gracias, pero sabes que no…
-          Bueno, no quiero discutir contigo en este tema. Hoy solo quiero pasármelo bien.
-          ¡Última ronda! – gritó el camarero.
-          Vaya, parece que van a cerrar, y yo que quería seguir charlando contigo – dijo Salva.
-          Si quieres podemos ir a mi piso, no está muy lejos, ¿te apetece?

-          ¡Contigo hasta el fin del mundo!

Aprendiendo a amar - Capitulo 8: La historia jamás contada

Alex se despertó con el sol dándole en la cara, hacía un día hermoso. Era un sábado perfecto.

En vez de darse una ducha, decidió tomar un baño relajante; sentía que lo necesitaba tras toda la angustia de la noche anterior. 

Preparó todo: agua, jabón, velas y música de Wagner. Se metió en la bañera; el agua estaba bastante caliente y a Alex le gustaba. Cerró los ojos, sonaba “La Valquiria”, los coros eran perfectos. Alex comenzaba a tranquilizarse, se sumergió por completo en la bañera, sentía alivio y paz. Pasados unos minutos, notaba como ya le faltaba el aire, se incorporó de inmediato abriendo los ojos. Era el momento de terminar ese baño.

Llegaba tarde, pero allí estaba ella. Marfilia como siempre estaba en el balcón.
Alex subió al piso de la anciana.

-          Llegas tarde, no me gusta esa gente – reclamó la señora desde el balcón.
-          Lo siento, me entretuve. He traído las pastas ¿quiere que haga un poco de té?

Marfilia asintió con la cabeza. Alex fue a la cocina y puso la tetera en el fuego, mientras observó el piso de la anciana.

Apenas había fotos o cuadros, era todo muy austero. Sin embargo sí que había algo que llamó la atención de Alex, la pared donde estaba el aparador estaba pintada a trazos de los colores blanco, rojo, rosa y amarillo sobre la pared verde. Sólo esos colores, como si el muro se tratase de un lienzo.

-          ¿Te gusta esa pared? – pregunto Marfilia sorprendiendo a Alex.
-          Eh… Sí, me parece curiosa.
-          Pues forma parte de la historia. Trae el té y te la empezaré a contar – Alex llevó el té y las pastas al balcón – Te digo desde ahora que es bastante larga, ¿seguro que quieres saberla?
-          Por supuesto, nada me agradaría más que escuchar una buena historia.
-          Está bien, jamás se la he contado a alguien, eres una privilegiada – empezó a reírse – Bueno, pues empezaré por el principio.

>> Como notarás por mi acento, yo no soy de aquí. Yo provengo de un pequeño pueblo de Portugal. Mi familia era muy pobre y mi padre un buen día decidió trasladarse a esta ciudad para comenzar una nueva vida, pues creía que nos iría mejor. Llegué aquí con la edad de 14 años, y como necesitábamos el dinero me puse a vender flores por estas calles. Mi lugar preferido era esa fuente, ya que me gustaba admirar los edificios y la catedral. Aun ahora me gusta hacerlo, es hermosa, ¿no crees? – Alex asintió, ella también lo pensaba – Además, también me gustaba ponerme los domingos ahí porque la gente rica salía de misa y siempre estaban dispuestos a pagar una buena cantidad de dinero por rosas recién cortadas.
Un buen día, una niña se acercó a mí. Me compró una rosa blanca, se la di con buen gusto. Se quedó mirándome y dijo: “Es para usted, bella dama. Un caballero me envía para dársela”. Me quedé perpleja, nunca antes un hombre me había regalado una flor. Claro está que era bastante joven, pero me gustó ese detalle. La niña no quiso decirme quien era el hombre, pues decía que era un admirador secreto. No le di mucha importancia, ya que seguro que para la próxima vez ya no volvería a pasar, pero estaba  equivocada – la anciana dio un largo suspiro – Querida Alejandra, se está haciendo tarde, es mejor seguir otro día ¿no te parece?

-          Como usted quiera, para mi será todo un placer volver mañana a escucharla.
-          No  vuelvas a tratarme de usted, ya te lo dije antes. Aun soy joven – una carcajada profunda salió de su garganta.
-          Está bien, pues mañana vendré a verte.

Ambas se despidieron.


Alex emprendió rumbo a su casa, pero era una noche preciosa. Así que decidió caminar entre las viejas callejuelas.

Aprendiendo a amar - Capitulo 7: Nueva entrada

Al llegar a casa, Alex tuvo la necesidad de escribir en el blog.

“7 de Enero:

Hoy he conocido a una señora estupenda. Su nombre es Marfilia, hemos llegado a un trato, ella me va a contar poco a poco porque está todos los días en el balcón mirando a una fuente y yo tendré que hacerle compañía con unas pastas y té. Tengo esa curiosidad de saber la historia, aunque sea una tontería, quiero saberla.

Pero bueno, no he venido aquí solo para decir eso; si no porque me siento desanimada.
Hoy me siento más fea de lo normal, nunca me gustó mirarme al espejo, pero hoy menos.
Me siento horrible.

Ojalá algún día llegue a ser guapa, y ojalá pueda verlo. Porque lo único que veo al verme en el espejo es: a una chica gorda y fea, que está perdiendo la vista, que tiene unos ojos horribles, que tiene una sonrisa falsa y que jamás en la vida va a ser guapa. Ni siquiera llegar a ser bonita.
Mirarse al espejo y darse asco: esa es mi vida. Y claro, me viene una pregunta a la cabeza:

¿Quién me va a querer si ni yo misma me quiero ni me tengo aprecio? ¿Quién?

-Killer Queen”

Alex publicó la entrada con lágrimas en los ojos, se sentía realmente mal por su aspecto desde hacía mucho tiempo, pero últimamente se había agravado el problema.

Escuchó el sonido de una notificación.

“Para mí no eres fea, es más, me gustan tus ojos y tu pelo es precioso. Eres guapa, créetelo. No te tienes porque dar asco. Y a tu pregunta, yo sé quién te quiere.
-J”

Alex lo leyó varias veces, no se podía creer que alguien pensara que ella es guapa. De hecho, no se lo creía, como siempre pensaba que se estaban burlando de ella. No sería la primera vez.
Empezó a creerse que ese J. solo quería ridiculizarla, nada más.

No quiso responderle, y aun encima se enfadó. Tanto que toda la rabia empezó a salirle en forma de gritos y lágrimas contenidas. Estuvo horas sollozando e increpando a todo el mundo, histérica perdida. Gritando por todo el dolor sufrido y haciéndose daño ella misma en su cara.


Pero cuando terminó y se tranquilizó se sintió muy bien. Todo aquello acumulado tras días de amargura había salido y Alex se sentía más libre. 

Aprendiendo a amar - Capitulo 6: El balcón

Alex volvía a caminar por las viejas calles de la ciudad, mirando otra vez a los edificios, observando con atención cada pequeño detalle. Y otra vez aquella señora estaba en el balcón, sentada, contemplando hacia abajo.

Alex se preguntó que qué hacía allí con el frío que hacía, que porqué estaba allí mirando fijamente a la calle.
Siguió mirándola, se fijó que no miraba a la calle, si no que observaba atentamente a la fuente que había en esa plazoleta.

¿Por qué se fijaba solo en la fuente? Alex tenía esa duda.

La mujer se dio cuenta de que Alex la observaba, le sonrió y le hizo un gesto con la mano para que subiera al piso. 

Dudó un momento de subir o no, pero al final subió.
Ya en el balcón, Alex se sentó.

-          Hola – dijo la señora mayor.

Ya de cerca, Alex contempló que era mucho más mayor de lo que ella pensaba.

-          Hola, gracias por invitarme a subir; mi nombre es Alejandra – tendió la mano para dársela a la señora – Disculpe mi atrevimiento, pero me he fijado que siempre está aquí mirando a esa fuente, y la verdad es que tengo la curiosidad de saber por qué, ya que hace bastante frío y usted es… bueno, mayor.
-          Solo se es mayor cuando uno piensa así, yo no me considero mayor – dio una carcajada mostrando su poca dentadura – ¿Así que quieres saber por qué estoy aquí? Es una larga historia, y los jóvenes de hoy en día nunca tenéis tiempo.
-          Eso es cierto, siempre estamos corriendo de un lado para otro; pero para alguien como usted tendré todo el tiempo del mundo.
-          ¡Ja! Ya me gustaría a mí que lo tuvieses, nadie lo tiene – volvió a reírse.
-          ¿Y su nombre era…?
-          No te lo he dicho, pero si quieres saberlo, me llamo Marfilia.
-          Encantada de conocerla, Marfilia – Alex sonrió grácilmente.
-          Por favor, no me trates de usted, ya te he dicho que no soy mayor. Solo tengo 82 años, ¡estoy en la flor de la vida!- volvió a reírse más alto- Bueno, supongo que querrás saber la historia.
-         Me encantaría.
-          Pues, hagamos un trato Alejandra. Te contaré la historia pero poco a poco. Tendrás que venir a hacerme compañía todos los días y así te iré contando, ¿será todo un sacrilegio para ti, no? – miró hacia Alex con una media sonrisa en la cara.
-          Para mí será todo un placer visitarla, es más, traeré pastas y té.
-          ¡Estupendo! Mis dientes aún aguantaran en pie – Alex no pudo evitar reír – Entonces, hasta mañana, Alejandra.

-          Hasta mañana, Marfilia.